lunes, 4 de agosto de 2014

El mal, como tal, no existe. Existe la ignorancia

Estoy en el cine viendo una película: la clásica lucha entre el bien y el mal.

En ese momento me doy cuenta de que toda nuestra vida está basada en la falsa creencia de la existencia de un mal que lucha contra el bien.

Pero me doy cuenta que esta perspectiva equivocada nos lleva al dolor, al enfrentamiento y dañarnos a nosotros mismos y a los demás.

Pero, ¿por qué afirmo que es una visión errónea?, ¿cómo saber que el mal no existe? Y lo que es todavía más importante: entonces, ¿cuál es la realidad?, ¿qué es lo que realmente existe?


El mal que hago siempre busca un bien

La creencia que el mal existe y lucha contra el bien es una creencia muy arraigada en nuestra cultura. Sobre ella se construye nuestra visión del mundo. No solamente basamos en ella las novelas, las películas, las leyendas, los cuentos... sino también la visión de nuestra vida. Dividimos el mundo en buenos y malos, en los que nos hacen bien (los buenos) y los que nos dañan (los malos), en la ciudadanía (los buenos) y los viven de la política (los malos), en los que defienden las leyes (los buenos) y los que son terroristas (los malos)...

Toda nuestra vida queda marcada por esa idea. Hay unos malos muy malos que buscan el mal porque lo llevan en la sangre, porque es su ADN y debemos defendernos de ellos.

Lo tenemos tan interiorizado que podemos llamar mala a una niña de pocos meses porque no hace lo que nos parece adecuado. ¡¡Como no vamos a llamar malo a un violador reincidente que parece no tener escrúpulos en su conducta reiterativa!!

Pero esa visión socialmente construida es errónea y falsa.

Cuando hacemos un mal, aunque podemos ser conscientes de generar daño a otras personas, animales o cosas, no lo hacemos por el mal en sí, sino porque damos más importancia a nuestro bien, a nuestro placer, a nuestras ideas, a nuestros ideales que al daño que estamos infligiendo.

Cuando dañamos a otros, aunque no ignoremos que les dañamos, lo hacemos porque tenemos un motivo, algo que nos justifica.  Aunque robemos algo, aunque matemos a alguien, aunque hagamos trampa a hacienda no pidiendo la factura para ahorrarnos el iva, aunque pongamos los cuernos a nuestra pareja, aunque bombardeemos una ciudad, aunque no reciclemos el papel o el plástico, aunque compremos un producto muy barato tras el cual, sin duda, hay explotación laboral y contaminación ambiental... no lo hacemos por hacer mal, no lo hacemos por el mal en sí mismo, sino por el bien que buscamos. Siempre tenemos un motivo que nos parece justificativo.

No estoy afirmando que estas conductas no dañen. ¡Claro que dañan! Lo que afirmo es que el daño es una consecuencia no buscada, que lo que se busca es algo que se considera "bueno" partiendo de una visión miope y egoísta.


Los cocodrilos, aunque peligrosos, solo son cocodrilos

La idea que el "mal" como tal existe, nos ayuda a creernos en el lado de los "buenos" y con motivos justificados para ir contra los "malos". Esa creencia genera dolor, genera violencia y daña a la gente. Pero esa creencia no es la demostración de la existencia del mal, sino una muestra de nuestra ignorancia.

Los cocodrilos son peligrosos, pero solamente son cocodrilos. Si te llevas un cocodrilo a casa, no te extrañe que te pegue un bocado y te arranque la mano. No se trata de maldad, sino de la incapacidad del cocodrilo de ponerse en tu lugar y de tejer vínculos afectivos, de tener empatía, de reconducir el hambre hacia formas de comer que no dañen a los demás. Los cocodrilos son cocodrilos: tienen un cerebro reptiliano y todavía han de evolucionar para poder actuar diferente. No son el mal, les falta evolucionar, aprender. Son, de alguna manera, ignorantes. Son perfectos como cocodrilos, pero peligrosos. Dañan, pero no son el mal.

Con las personas pasa exactamente igual.  Cuando alguien pide una factura sin iva, aunque sepa que está perjudicando los servicios públicos, valora más su ahorro que el perjuicio que genera. No es malo, es cocodrilo. Cuando se inicia una guerra, se hace bajo la justificación de unos ideales o de evitar un peligro que parece mayor. No es por maldad, es por ser cocodrilo. Cuando no se recicla el papel o el plástico porque da pereza, tampoco es por maldad, sino por ser cocodrilitos. Cuando una persona mata a otra porque quiere su dinero o la viola porque desea vivir un placer que no obtendría de otra forma, también se deja llevar por su cocodrilo interior: valora más el dinero o el placer que la integridad de la otra persona.

Somos cocodrilos. Cada uno a nuestro nivel. Algunos somos cocodrilos muy peligrosos, otros menos. Pero todos somos cocodrilos incapaces de ponernos siempre y en todo momento en el lugar de los demás y actuar siempre con justicia. Naturalmente esto acaba dañando a gente.

Algunos dañamos más que otros, pero no somos diferentes en esencia, sino en grado. No se trata que unos sean buenos y otros malos, no se trata que el mal y el bien existan y estén encarnados en unos y no en otros. Sino que, simplemente, unos tenemos más o menos evolución y conocimiento que otros: todos somos cocodrilos, unos con algo más de sabiduría y otros con bastante menos.


Si falta sabiduría, ya sabemos qué debemos buscar 

Si hemos comprendido lo anterior, entenderemos que es absurdo luchar contra el mal. No puede lucharse contra algo que no existe sin complicar las cosas, siempre se acaba dañando a mucha más gente...

Los cocodrilos necesitamos ayuda para evolucionar. Como lo que nos falta es sabiduría está claro que es eso lo que debemos buscar: conocimientos para que ir evolucionando.

El mundo no se explica como una lucha entre el bien y el mal, sino como un ir obteniendo mayor sabiduría, ir aprendiendo y evolucionando. Cuanta más sabiduría se tiene, menos daño se hace a los demás y al planeta. Cuanta menor sabiduría, más daño nos generamos a nosotros mismos, a los demás y al planeta.

Por lo tanto, el daño del mundo se explica a partir de la ignorancia. Ese es el verdadero problema. La ignorancia está en la raíz del dolor, el daño y la infelicidad.

Resulta obvio, pues, entender que enseñar e intentar extender el conocimiento es el único antídoto posible. Es absurdo luchar contra el mal porque no existe. Solamente podemos intentar aumentar la sabiduría en el mundo y la transformación será inevitable.

Lo que debemos hacer las personas interesadas en la verdad, en la paz y en la humanidad es ayudar a incrementar el nivel de sabiduría en nuestra realidad. La consecuencia inmediata será la reducción del dolor, del daño y de la infelicidad.

¡Dejemos de creer y de luchar contra el mal! ¡Enriquezcamos el mundo con comprensión y sabiduría! ¡Actuemos desde el conocimiento y el mundo será diferente!



Ejercicio práctico

A menudo nos encontraremos ante situaciones que dañan a alguien o a algo: violencia verbal, simbólica, física, laboral, ideológica, legal...  ¿qué hacer? ¿cómo actuar para que nuestra acción sea útil al mundo y nos sea útil a nosotros y nosotras en nuestro crecimiento interior?

En esos casos, os propongo un ejercicio muy sencillo en solamente cuatro pasos:

1.- Ponte en el lugar de la persona o personas que generan ese daño. Intenta comprender de qué forma justifican su acción. No digo que les des la razón, digo que intentes entenderlas. Nadie actúa sin creer que tiene un motivo. Intenta entenderlo.

2.- Observa el daño que hacen y la justificación que se dan a sí mismas. ¿Qué necesitarían comprender para superar esta situación? ¿Qué necesitarían comprender para dejar de hacer ese daño? ¿Cómo podrías ayudarles con la información adecuada para que entendieran?

3.- Procura poner a su alcance la información que necesitan para evolucionar y dejar de actuar así. Lamentablemente no puedes obligarles a integrarla y solamente puedes ponerla a su alcance. Podemos llevar un caballo hasta la fuente, pero no podemos obligarlo a beber. Aceptar la libertad de los demás, especialmente si están equivocados, es una muestra de nuestra evolución. Usar la violencia para "salvarlos" sería ser igual que ellos.

4.- Protégete del daño que puedan hacerte, pero sin violencia, deseo de venganza o agresión. No tienen la culpa de ser cocodrilos, pero tú tampoco tienes porqué sufrir por ello. No te enzarces en ninguna lucha con ellos. Deja que los cocodrilos se peleen con los cocodrilos. Has hecho lo que debías. Deja que ellos recojan los frutos de su propia violencia, así podrán aprender: quien siembra vientos, recoge tempestades. Protégete de ellos y sigue poniendo información y sabiduría a su alcance.

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