Cuaderno del Sherpa

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jueves, 24 de julio de 2014

Las dificultades me permiten autorrealizarme.















Bendice las dificultades. Sin ellas no podríamos actualizar nuestro potencial.

No digo que las busquemos innecesariamente, ¡ya hay bastantes en la vida para complicárnosla gratuitamente! Pero agradezcamos las dificultades de nuestra vida: ellas nos permiten aprender lo que todavía ignoramos.

Gracias a las dificultades traspasamos nuestra zona de confort y actualizamos nuestro potencial. Gracias a las dificultades llegamos a ser quien estamos llamados a ser. ¡Benditas sean!


Las dificultades son internas, no externas

En los artículos anteriores indicaba que lo que yo piense marcará mi vida: ante pensamientos de odio, mi vida se llenará de odio; ante pensamientos de comprensión, mi vida se llenará de ternura. Lo que pienso, marca lo que vivo. Por ello, decía, yo soy responsable de lo que siento, yo debo vigilar lo que pienso y hacerme responsable de ello. Afirmaba que no podía ceder este derecho al exterior.

Pero esta afirmación ¿no nos lleva al absurdo de negarnos el derecho a quejarnos y desesperarnos, por ejemplo, ante un accidente del que somos víctimas inocentes? Imaginemos que estamos cruzando una calle de cualquier ciudad mientras el semáforo está verde y, repentinamente, un vehículo que sale de la nada nos embiste y quedamos inválidos tras el accidente. ¿Acaso alguien puede negar que esa es una dificultad externa? ¿Acaso no podemos afirmar que es natural vivir una gran desesperanza y al dolor tras algo así? ¿Acaso no resulta evidente que hemos sido víctimas inocentes? ¿Y no tenemos, pues, el derecho a la queja, al dolor y la tristeza? ¿No contradice eso lo que hemos afirmado anteriormente en esta sección?

Os pido que reflexionemos sobre ello. No se puede negar que el accidente ha sido algo externo, una dificultad que no se me puede atribuir, algo inesperado. Tampoco voy a negar que lo habitual es desesperarse y entristecerse. Pero lo que sí voy a negar es que vivir en el dolor y la tristeza sea un derecho. Creo que estamos equivocados en eso. El derecho que tenemos es a vivir con plenitud, no a sufrir y desesperarnos. Puedo entender que el desespero nos habite, pero no creo razonable creer que ese es un derecho. ¡Al contrario! Nuestro derecho está en vivir con plenitud, al margen de lo que nos suceda.

La dificultad ha sido externa, eso es innegable. Pero el hecho que exista una gran cantidad de personas en sillas de ruedas viviendo una vida feliz, debe volver a situarnos ante una verdad evidente: lo fundamental no es si somos o no inocentes ante ese accidente, si el coche era rojo o verde, si tenemos o no razón... todo eso no importa una vez que el accidente ya ha sucedido. Lo único que importa es darnos cuenta que mientras internamente no hagamos las paces con este tema, quienes estaremos en guerra y sufriremos seremos nosotros.

Así pues, aunque las dificultades sean objetivamente externas, lo que importa es la respuesta interna que le damos. Eso es lo único sobre lo que podemos actuar y, por tanto, esa es nuestra responsabilidad. Si queremos ser felices, deberemos darnos cuenta que cualquier dificultad es básicamente interna, aunque su origen objetivo sea externo. Por lo tanto, la respuesta que demos dependerá de nosotros, no del exterior.

No importan las dificultades externas, sino las respuestas internas que ofrecemos.


Las dificultades señalan mis límites

Cuando nos encontramos postrados en una silla de ruedas y pensamos que nunca podremos volver a ser felices, estamos descubriendo un límite mental nuestro: creemos que felicidad y andar son sinónimos. Esto es falso y, como todas las ideas falsas, producirá sufrimiento.

Si, por ejemplo, nuestra pareja nos abandona y nos rompemos por dentro porque creemos que somos víctima de algo muy injusto, estaremos descubriendo un nuevo límite mental nuestro: creer que sin esa persona no podemos ser felices.

Todas las dificultades nos indican nuestros límites. Pero es liberador darse cuenta que hay personas que van en silla de ruedas.. ¡y son felices! Es liberador ver que hay gente que ni tan siquiera conoce a la persona que nos ha abandonado... ¡y son felices! Por lo tanto, el dolor no nace del hecho en sí, sino de nuestra incapacidad de vivir la nueva circunstancia.

Cuando seamos capaces de descubrir que podemos ser felices aunque no andemos, cuando seamos capaces de descubrir que podemos ser felices sin la persona que nos ha abandonado, habremos ampliado nuestros límites y estaremos más cerca de una verdadera comprensión de la vida, más cerca de la paz interna invulnerable.


Las dificultades son el pan nuestro de cada día 

Si hemos podido reconciliarnos con nuestra silla de ruedas o con el abandono que hemos sufrido, entenderemos que ahora somos más libre y más felices: nuestra felicidad no depende de poder o no andar,  nuestra felicidad no depende de la presencia o no de ciertas personas. Nuestros límites se han ampliado y nuestra vida se vuelve mucho más libre y feliz.

Es en ese momento cuando podemos descubrir que las dificultades siempre nos han ayudado, puesto que siempre han conducido a una ampliación de nuestros límites y, por lo tanto, a hacernos más libres, más felices. En ese momento podemos darme cuenta que las dificultades han enriquecido nuestro mundo y son la forma como tiene la vida para hacernos entender lo que nos cuesta comprender. En ese momento, nos podemos dar cuenta que las dificultades son la escuela de la vida: nuevas lecciones diarias para comprender lo que nos cuesta.

Y, claro, en ese momento entendemos la frase "danos el pan nuestro de cada día" y comprendemos que no se trata del pan físico, sino de bendecir las dificultades que nos hacen crecer. Bendecirlas porque nos abren los ojos ante temas desconocidos y, tras abrirlos, vemos nuevos horizontes... ¡y somos más libres!

Repito lo que he dicho al principio: no busquemos dificultades por ellas mismas, pero demos la bienvenida a las que aparezcan en nuestra vida. Las dificultades nos ayudan a descubrirnos, amplían nuestros límites y nos ayudan a autorrealizarnos. ¡Benditas sean!


Ejercicio práctico:

Cuando nos encontremos ante una dificultad importante en nuestra vida os sugiero que paréis un momento e intentéis responder a las siguientes preguntas:

1.- ¿Puedo evitar esta dificultad?  Si la respuesta es sí, entonces evítala. No estás obligado a vivir todas las dificultades, la vida ya te dará las tuyas. Si no puedes huir de la situación, entonces está claro que esa dificultad puede enseñarte algo, así que pasa a la siguiente pregunta.

2.- ¿Qué debo aprender de esta dificultad para que deje de dolerme? ¿Qué aprendizaje debo realizar? ¿Qué hecho me estoy negando a aceptar y dicha negación me produce dolor?  Cuando descubras esta respuesta, el dolor se transformará en paz y aceptación. Podrás actuar para cambiar la realidad, pero tu acción no estará motivada por el dolor sino por la comprensión.

3.- Bendice la dificultad que tuviste que enfrentar. Gracias a ella obtuviste más conocimiento, más paz, más comprensión. Bendice la dificultad.

4.- Finalmente, ante cada nuevo día ruega que te lleguen las dificultades que están previstas para ti. Son las lecciones que te conducen, directamente, a la libertad. Por lo tanto, pide con sinceridad que las dificultades lluevan sobre ti, igual que deseas que la lluvia caiga sobre la tierra sedienta. Gracias a ellas, florecerás.

viernes, 18 de julio de 2014

Yo soy responsable de mis pensamientos

No es verdad que Juan me ponga de los nervios. No es verdad que mi madre me ponga enfermo. Es falso que María me alegre las mañanas con su buen humor.

Cuando hago responsables a los demás de lo que pienso suceden dos cosas: me engaño y delego mi poder. Ambas cosas me generarán problemas y dolor en mi vida.  Si deseo ser feliz y libre debo ver la verdad y recuperar mi poder. Para hacerlo debo darme cuenta que solamente yo soy responsable de mis pensamientos, de mi interior. Nadie más. Solamente yo.


No es lo que siento, sino lo que pienso

Lo que yo vivo está marcado por lo que pienso y no por lo que siento. Aunque lo que nos desespere sean las emociones y el dolor psicológico que generan, debemos comprender que las emociones nacen siempre de un pensamiento previo.

Si creo que este papel que tengo entre las manos es un boleto premiado de la lotería, mis emociones se dispararán en consecuencia. Si, por el contrario, pienso que este papel que tengo entre mis manos es una multa de Hacienda, también mis emociones se dispararán de inmediato. Por lo tanto, las emociones son hijas de la interpretación que hagamos de la realidad. Lo importante, en consecuencia, no son las emociones en sí mismas, sino el pensamiento que las genera.


¿Es mi padre quien me pone de los nervios?

Existe la idea, socialmente potenciada, que los demás nos hacen felices o infelices. En general, solemos pensar que "si fulanito no hicera esto yo me sentiría mejor", que si "menganita no dijera esas cosas, yo no estaría de los nervios", que si "fulanita fuese distinta, otro gallo cantaría",  "si mi padre no me pusiera de los nervios", etc.

Solamente hace falta sentarse un rato en cualquier lugar y conversar con las personas que se nos acerquen para ver como lo habitual es echar las culpas de lo que sentimos a los demás. En nuestra forma de ver el mundo habitual creemos que son los demás quienes nos producen nuestro dolor, nuestro sufrimiento o nuestra alegría.

Naturalmente esto tiene tres consecuencias: dolor, sufrimiento e impotencia. Dolor y sufrimiento porque somos víctimas del entorno y, en tanto que víctimas indefensas, a menudo nos toca "morder el polvo" o pasar situaciones "inevitablemente dolorosas". Impotencia porque, si la situación no depende de nuestra acción, ¿cómo vamos a poder cambiarla?

Pero lo que socialmente se afirma no tiene porqué ser cierto. Es más, gran parte de lo que se afirma socialmente es falso. ¡No hace falta ser un lince para darse cuenta que nuestra sociedad deja bastante que desear! ¡Así que mejor no nos creamos todo lo que nos sugiere o acabaremos sufriendo como locos! Debemos aprender a ver lo socialmente erróneo para poder vivir sin dolor.

La próxima vez que pensemos en que alguien me hace sentir bien o mal, les ruego que recuerden este artículo. Recuerden que son nuestros pensamientos los que generan lo que sentimos. Así que no son los demás los que nos hacen sentir, sino nosotros al pensar tal como lo hacemos. Si no nos gusta lo que sentimos, ¡cambiemos nuestro interior!

Esto nos lleva directamente al núcleo del artículo de hoy: ¡Nuestro interior depende de nosotros y de nadie más!

Naturalmente que hay situaciones más fáciles y situaciones más difíciles, pero eso no quita lo que acabo de afirmar: la forma como usted viva la situación -al margen de que sea fácil o difícil- depende de usted. Para entrenarse, le sugiero que empiece a vivir situaciones fáciles ligeramente incómodas con conciencia para, cuando viva algo realmente difícil sepa enfrentarse a ello sin sufrimiento.

No les digo que crean lo que digo. ¡En absoluto! Les animo a verificar lo que les indico: cuando lo hayan comprobado ese conocimiento será evidente para ustedes y quedarán libres.

La próxima vez que piensen en frases como "mi padre me pone de los nervios", "esta niña puede tumbar al más pintado", "la culpa de lo que estoy viviendo la tiene fulanito", etc., les ruego que piensen en este artículo. Si fuera un poco más atrevido, hasta les sugeriría que se lo tatuasen  en su frente para recordar esta idea cada vez que se mirasen al espejo. No sufran, soy prudente y no les sugeriré que se  lo tatúen como ejercicio práctico... ¡Pero sí que recuerden este artículo cada vez que sufran y que apliquen el ejercicio que viene a continuación!


Ejercicio práctico 

Cuando el sufrimiento y el dolor les invada al echar la culpa a otras personas de lo que viven, recuerden este artículo y apliquen el antídoto siguiente en cuatro pasos:

Primer paso: Recuerden el ejemplo del boleto y la multa que les ponía unas líneas más arriba y recordarán que lo que hace sufrir no es lo que se vive, sino la forma como se interpreta. Dense cuenta que lo que a ustedes les hace sufrir, curiosamente no genera sufrimiento a otras personas que viven cosas parecidas. Deduzcan, por lo tanto, que no es el hecho lo que produce sufrimiento, sino su pensamiento al interpretar el hecho.

Segundo paso: Decidan qué prefieren, si sufrir o liberarse del sufrimiento. Si prefieren seguir sufriendo -algo totalmente lícito y más habitual de lo que se cree, puesto que el sufrimiento suele generar identidad y reforzar nuestro ego haciéndonos sentir importantes-, no hace falta que hagan nada más. Si, por el contrario, deciden no sufrir pasen al paso tercero.

Tercer paso: Dense cuenta que el sufrimiento y la impotencia los genera el pensamiento concreto que tiene. Les invito a investigar en qué punto es falso. Por ejemplo: "no es que fulanito me ponga de los nervios, sino que yo no acepto que las personas puedan ser egoistas/tontas/oloquesea y lo absurdo es negar su existencia. De hecho, al negar que los demás sean como son, el egoista y tonto soy yo, ¡menuda tontería y menuda muestra de egoismo negar a los demás el derecho a equivocarse!" A menudo, con esto es suficiente para que el dolor se reduzca, puesto que ver la verdad libera casi siempre del sufrimiento.

Cuarto paso: Si además añadimos algo parecido a: "Mi paz es demasiado importante para que XX y el pensamiento absurdo que tengo al respecto la haga desaparecer" el efecto todavía será más poderoso.

Recuerden: ¡Ustedes son responsables de lo que piensan! ¡No cedan ese poder!

jueves, 3 de julio de 2014

El tabú espiritual

Comentaba Vicente Merlo, escritor y filósofo reconocido, que en nuestra sociedad la espiritualidad es, hoy en día, un tabú social.

Afirmaba que en tanto la sexualidad ya se había ido normalizando socialmente, aunque pueda haber personas con dificultades de aceptación de la propia sexualidad, esto ya ha dejado de ser un tabú social (sólo hay que ver la gran cantidad de videoblogs, por ejemplo , donde la gente habla libremente sobre ella), todavía no hemos normalizado la espiritualidad.

Y esto realmente resulta extraño: ¿cómo puede ser que comentar una aventura sexual con alguien sea algo normal y, en cambio, hablar de la propia experiencia interna de plenitud, de los miedos que nos aíslan de sentirnos uno con los otros, de los caminos que seguimos para vivirnos conscienmente, etc sea mal visto y genere tensión en torno a una mesa?

La verdad es que no tengo respuesta. Y por eso escribo este artículo para preguntarte y para pedirte que dejes tu opinión y pistas para superarlo.

Pero tengo la impresión de que mientras no seamos capaces de situar el trabajo interior como un tema fundamental de nuestra sociedad, nos costará transformarla hacia un modelo más justo y consciente.

Tengo claro que, para vivir con plenitud, es necesario unificar el consciente y el inconsciente personal. De hecho, en mis cursos de Aula Interior, acompaño a las personas en este proceso. Pero me doy cuenta que también socialmente deberíamos superar el tabú a la espiritualidad, a las emociones, a la interioridad si queremos una sociedad más consciente y más justa. Estoy convencido de ello, pero dejo en el aire la pregunta a la espera de tus comentarios: ¿por qué crees que la espiritualidad es hoy un tema tabú? ¿cómo ayudar a normalizarlo?

Gracias por leer el artículo, gracias por compartirlo, gracias por comentarlo.