Bendice las dificultades. Sin ellas no podríamos actualizar nuestro potencial.
No digo que las busquemos innecesariamente, ¡ya hay bastantes en la vida para complicárnosla gratuitamente! Pero agradezcamos las dificultades de nuestra vida: ellas nos permiten aprender lo que todavía ignoramos.
Gracias a las dificultades traspasamos nuestra zona de confort y actualizamos nuestro potencial. Gracias a las dificultades llegamos a ser quien estamos llamados a ser. ¡Benditas sean!
Las dificultades son internas, no externas
En los artículos anteriores indicaba que lo que yo piense marcará mi vida: ante pensamientos de odio, mi vida se llenará de odio; ante pensamientos de comprensión, mi vida se llenará de ternura. Lo que pienso, marca lo que vivo. Por ello, decía, yo soy responsable de lo que siento, yo debo vigilar lo que pienso y hacerme responsable de ello. Afirmaba que no podía ceder este derecho al exterior.
Pero esta afirmación ¿no nos lleva al absurdo de negarnos el derecho a quejarnos y desesperarnos, por ejemplo, ante un accidente del que somos víctimas inocentes? Imaginemos que estamos cruzando una calle de cualquier ciudad mientras el semáforo está verde y, repentinamente, un vehículo que sale de la nada nos embiste y quedamos inválidos tras el accidente. ¿Acaso alguien puede negar que esa es una dificultad externa? ¿Acaso no podemos afirmar que es natural vivir una gran desesperanza y al dolor tras algo así? ¿Acaso no resulta evidente que hemos sido víctimas inocentes? ¿Y no tenemos, pues, el derecho a la queja, al dolor y la tristeza? ¿No contradice eso lo que hemos afirmado anteriormente en esta sección?
Os pido que reflexionemos sobre ello. No se puede negar que el accidente ha sido algo externo, una dificultad que no se me puede atribuir, algo inesperado. Tampoco voy a negar que lo habitual es desesperarse y entristecerse. Pero lo que sí voy a negar es que vivir en el dolor y la tristeza sea un derecho. Creo que estamos equivocados en eso. El derecho que tenemos es a vivir con plenitud, no a sufrir y desesperarnos. Puedo entender que el desespero nos habite, pero no creo razonable creer que ese es un derecho. ¡Al contrario! Nuestro derecho está en vivir con plenitud, al margen de lo que nos suceda.
La dificultad ha sido externa, eso es innegable. Pero el hecho que exista una gran cantidad de personas en sillas de ruedas viviendo una vida feliz, debe volver a situarnos ante una verdad evidente: lo fundamental no es si somos o no inocentes ante ese accidente, si el coche era rojo o verde, si tenemos o no razón... todo eso no importa una vez que el accidente ya ha sucedido. Lo único que importa es darnos cuenta que mientras internamente no hagamos las paces con este tema, quienes estaremos en guerra y sufriremos seremos nosotros.
Así pues, aunque las dificultades sean objetivamente externas, lo que importa es la respuesta interna que le damos. Eso es lo único sobre lo que podemos actuar y, por tanto, esa es nuestra responsabilidad. Si queremos ser felices, deberemos darnos cuenta que cualquier dificultad es básicamente interna, aunque su origen objetivo sea externo. Por lo tanto, la respuesta que demos dependerá de nosotros, no del exterior.
No importan las dificultades externas, sino las respuestas internas que ofrecemos.
Las dificultades señalan mis límites
Cuando nos encontramos postrados en una silla de ruedas y pensamos que nunca podremos volver a ser felices, estamos descubriendo un límite mental nuestro: creemos que felicidad y andar son sinónimos. Esto es falso y, como todas las ideas falsas, producirá sufrimiento.
Si, por ejemplo, nuestra pareja nos abandona y nos rompemos por dentro porque creemos que somos víctima de algo muy injusto, estaremos descubriendo un nuevo límite mental nuestro: creer que sin esa persona no podemos ser felices.
Todas las dificultades nos indican nuestros límites. Pero es liberador darse cuenta que hay personas que van en silla de ruedas.. ¡y son felices! Es liberador ver que hay gente que ni tan siquiera conoce a la persona que nos ha abandonado... ¡y son felices! Por lo tanto, el dolor no nace del hecho en sí, sino de nuestra incapacidad de vivir la nueva circunstancia.
Cuando seamos capaces de descubrir que podemos ser felices aunque no andemos, cuando seamos capaces de descubrir que podemos ser felices sin la persona que nos ha abandonado, habremos ampliado nuestros límites y estaremos más cerca de una verdadera comprensión de la vida, más cerca de la paz interna invulnerable.
Las dificultades son el pan nuestro de cada día
Si hemos podido reconciliarnos con nuestra silla de ruedas o con el abandono que hemos sufrido, entenderemos que ahora somos más libre y más felices: nuestra felicidad no depende de poder o no andar, nuestra felicidad no depende de la presencia o no de ciertas personas. Nuestros límites se han ampliado y nuestra vida se vuelve mucho más libre y feliz.
Es en ese momento cuando podemos descubrir que las dificultades siempre nos han ayudado, puesto que siempre han conducido a una ampliación de nuestros límites y, por lo tanto, a hacernos más libres, más felices. En ese momento podemos darme cuenta que las dificultades han enriquecido nuestro mundo y son la forma como tiene la vida para hacernos entender lo que nos cuesta comprender. En ese momento, nos podemos dar cuenta que las dificultades son la escuela de la vida: nuevas lecciones diarias para comprender lo que nos cuesta.
Y, claro, en ese momento entendemos la frase "danos el pan nuestro de cada día" y comprendemos que no se trata del pan físico, sino de bendecir las dificultades que nos hacen crecer. Bendecirlas porque nos abren los ojos ante temas desconocidos y, tras abrirlos, vemos nuevos horizontes... ¡y somos más libres!
Repito lo que he dicho al principio: no busquemos dificultades por ellas mismas, pero demos la bienvenida a las que aparezcan en nuestra vida. Las dificultades nos ayudan a descubrirnos, amplían nuestros límites y nos ayudan a autorrealizarnos. ¡Benditas sean!
Ejercicio práctico:
Cuando nos encontremos ante una dificultad importante en nuestra vida os sugiero que paréis un momento e intentéis responder a las siguientes preguntas:
1.- ¿Puedo evitar esta dificultad? Si la respuesta es sí, entonces evítala. No estás obligado a vivir todas las dificultades, la vida ya te dará las tuyas. Si no puedes huir de la situación, entonces está claro que esa dificultad puede enseñarte algo, así que pasa a la siguiente pregunta.
2.- ¿Qué debo aprender de esta dificultad para que deje de dolerme? ¿Qué aprendizaje debo realizar? ¿Qué hecho me estoy negando a aceptar y dicha negación me produce dolor? Cuando descubras esta respuesta, el dolor se transformará en paz y aceptación. Podrás actuar para cambiar la realidad, pero tu acción no estará motivada por el dolor sino por la comprensión.
3.- Bendice la dificultad que tuviste que enfrentar. Gracias a ella obtuviste más conocimiento, más paz, más comprensión. Bendice la dificultad.
4.- Finalmente, ante cada nuevo día ruega que te lleguen las dificultades que están previstas para ti. Son las lecciones que te conducen, directamente, a la libertad. Por lo tanto, pide con sinceridad que las dificultades lluevan sobre ti, igual que deseas que la lluvia caiga sobre la tierra sedienta. Gracias a ellas, florecerás.
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