Me explicó un diseñador y publicista madrileño que allá
por el 2008, cuando la crisis comenzó a golpear el empleo y él, junto con otros
100 compañeros fue despedido de la flamante agencia donde trabajaba, decidió
iniciar su primera aventura empresarial.
En el céntrico barrio de Prosperidad, el abundante
comercio comenzaba a asfixiarse. Hablamos de un barrio pequeño donde había
afincados más de 1500 comercios. Atravesado por la popular calle López de
Hoyos, todo el barrio era lo más parecido a un centro comercial, pero sin
macro-centros comerciales cerca.
La idea era sencilla: entre todos los comercios que se
sumaran, impulsar una publicación que sirviera para dos cosas: 1. de catálogo
compartido y plataforma publicitaria de productos y servicios, y 2. de reclamo
a los vecinos sobre la gran variedad y calidad de productos y servicios que
podías encontrar sin salir de tu barrio.
Y argumentos no faltaban, ya que en dicho barrio había de
todo y para todo el mundo. Era difícil pensar en un producto o servicio que no
pudieras encontrar allí, a 5 o 10 minutos de tu casa. Además, el comercio del
barrio eran nuestros vecinos y amigos, ofrecían cercanía y daban vida al
barrio. Eran la luz y la seguridad en las calles en invierno, cuando anochecía
pronto y nuestros hijos e hijas volvían a casa de sus actividades
extra-escolares, creaban empleo, relación, solidaridad...
Y si bien el pequeño comercio no puede competir con las
grandes maquinarias de publicidad de las corporaciones... ¡unidos si podían! Y
podían reivindicarse como conjunto, y unidos podían colarse en los buzones de
los vecinos, tal y como hacían las grandes marcas. Porque compartían calles y
plazas como lo hacen otras tiendas en los centros comerciales. Y tenían
argumentos: “Ahorra gasolina, tiempo y dinero. Apoya a tus vecinos porque
ellos te apoyan a ti.”
Así pues, la idea de este joven publicista era ofrecer
los servicios que venía realizando para una gran multinacional, al comercio de
barrio, y poner a su disposición su experiencia de los años anteriores. Y como
el comercio de barrio no podía costear la infraestructura de un magazine
mensual publicitario, pues había que unirse y crear un producto en común que
nos beneficiara a todos.
Tras un año desplegando ingeniería publicitaria de alta
calidad y bajo coste, el publicista madrileño tiró la toalla. “Seguramente he
tomado algunas decisiones equivocadas, fruto de mi falta de experiencia
empresarial”, me dijo.
Pero el verdadero problema del fracaso de este primer
proyecto de mi amigo fue que los comerciantes nunca creyeron en la fuerza de la
cooperación y los valores. Seguían pensando dentro de los antiguos paradigmas
de la lucha y la desunión. No entendían que se debían cooperar unidos contra un
competidor común, infinitamente más poderoso. Seguían pensando, erróneamente,
que su competencia era el comercio de al lado, así lo entendían y así actuaban.
Hoy, gran parte de esos negocios ya no existen. Me temo que David contra Goliat
es una hermosa leyenda que suele acabar mal para los "Davids" mientras no
aprendan a cooperar con sus iguales.